Este talentoso ilustrador, diseñador y artista visual uruguayo, que acaba de terminar una residencia artística en Francia, vivió un par de años en Valparaíso.
Ahí experimentó un hecho inolvidable: el sismo del 16 de septiembre de 2015. Una situación inédita para él como extranjero, que lamentablemente lo encontró en un piso 17. “Fue nuestro primer terremoto y será por siempre inolvidable, para mal, pero también para bien –recuerda–. Uno aprende mucho de esas experiencias extremas, donde se da cuenta que es una partícula minúscula en el mundo”. En todo caso, su estadía en el puerto la atesora como una experiencia inolvidable. "Nos enamoramos de esa ciudad, sus paisajes, su gente, todo lo que ahí pasa y todo lo que se ve que pasó”, confiesa.
Justamente residiendo en Valparaíso una editora uruguaya lo contactó para invitarlo a ilustrar El Diablito Colorado, obra que en estos días está llegando a las librerías en una versión chilena gracias a Viaje Literario. Una edición muy distinta a la original, pues aumentó las páginas, se diseñó con tapa dura y en la que, sin tocar ni una coma del texto de Horacio Quiroga, se decidió destacar el trabajo de ilustración. Para conocer más cómo se realiza este proceso, que es muy importante en la literatura infantil actual, conversamos con Sebastián Santana.
¿Cómo nació tu vocación de ilustrador?
El recuerdo me dice que fue mirando los libros que había en mi casa familiar. Mi padre y mi madre tenían una biblioteca muy heterogénea, donde había desde enciclopedias de cultura general –una muy linda es El árbol de la sabiduría–; de la guerra mundial; una sobre grandes maestros de la pintura, pero especialmente tengo en la memoria las tapas de una edición de las novelas de Agatha Christie. Me acuerdo muy bien de alguna de ellas, dibujadas con grafito y materiales similares, siempre en composiciones sobre fondo blanco, pero con imágenes muy ominosas –como corresponde a novelas policiales–, que me hacían preguntarme cómo alguien podía hacer un único dibujo para representar todo un libro de 100, 150 páginas.
Ahí nació una curiosidad que pude mantener, porque desde chico encontré que tenía una cierta facilidad para hacer lo que en nuestra cultura se entiende como dibujar bien: que las cosas que uno raya en un papel tengan una similitud con la forma en la que las vemos en la realidad.
Luego aprendí que "dibujar bien" puede ser muchas cosas, pero de chico esa cierta facilidad, esa destreza ejercitada de forma casi que natural me ayudó a no dejar de dibujar nunca.
¿Qué te motiva a ilustrar libros para niños, qué es lo más desafiante?
Trabajo en esto ya desde hace unos cuantos años, vamos para quince, y las motivaciones han cambiado mucho. Por un lado es un lindo trabajo, es una linda forma de ganarse el pan, por otro, es una tarea de comunicación que valoro y me emociona mucho. A veces puede haber una dimensión realmente artística en esta tarea, de compartir con libertad –y con la responsabilidad que eso implica– una visión concreta del mundo, una idea sobre las cosas que nos rodean.
Ahora eso es lo que más me motiva, buscar textos, propios o ajenos, que me permitan y me exijan compartir una forma de ver lo que nos rodea, para poder cambiarlo, para hacer de esto, en palabras del poeta chileno Raúl Zurita, un mundo decente. Pienso que, especialmente desde el trabajo con y para niños y niñas, se puede hacer esto: plantear asuntos fundamentales para, en definitiva, tener un mundo mejor.
Además, tengo que decirlo, dibujar para libros que podrán ser leídos por chicos es muchas veces muy entretenido, porque me hace conectar con la forma en que veía el mundo cuando era niño: lleno de posibilidades, sin una única respuesta para las preguntas que uno se podía hacer.
Esos pequeños detalles que los ilustradores agregamos (…) son guiños para buscar ojos atentos que quieran leer la historia, pero también dejarse llevar por las historias que se les ocurran a partir de lo que ven
En el caso de El Diablito Colorado ¿cómo fue el proceso de trabajo con el texto de un autor tan reconocido como Quiroga?
Esta propuesta me llegó en un momento ideal de mi trabajo. Decidí que tenía que asumir la responsabilidad de poner todo lo aprendido en los quince años previos de ilustrador de libros, pero hacerlo también con libertad, con alegría, con conciencia, pero con cierta soltura.
En el caso de Quiroga pasó, además, algo muy particular: conocía varios de sus textos, básicamente de estudiarlo en la escuela y el secundario, cuentos para niños y también sus cuentos terroríficos y oscuros. Honestamente no me motivaba demasiado, pero también sabía que es un gran autor fundamental de las letras en español.
El asunto estaba en encontrar un texto que fuera realmente motivador, que lo pudiera leer con ojos frescos, por fuera de la memoria de la obligación escolar. Y ahí fue muy importante Malí Guzmán, la editora de la primera versión de este libro que publicó la editorial uruguaya Banda Oriental. Ella fue quien encontró este texto que forma parte de una colección de cuentos muy particulares de Quiroga. Lo leyó, le gustó mucho y me dijo: "Mirá, encontré este texto, que yo no conocía, me divirtió mucho, me parece adecuado para este momento y además transcurre cerca de las montañas, y vos ahora estás viviendo en Chile, muy cerca de los Andes ¿Qué te parece?".
Me encantó por todo, porque además la figura del diablo como un personaje pícaro, pequeño, no una cosa malvada y gigante siempre me gustó, quizás por leer versiones así de este personaje en la literatura rusa. Además, había un par de condimentos especiales: la circunstancia de que el diablito aparece luego de un terremoto, y un asunto más personal relacionado con la noticia de una fuerte enfermedad y cómo eso nos golpea a la distancia.
Esas dos cosas las viví en carne propia estando en Chile, así que tenía motivaciones muy personales y profundas para encarar la obra como si fuera propia.
Muchos niños no se imaginan todo el trabajo que hay previo a la creación de un libro, desde el primer boceto a su impresión final. ¿Cómo explicarías a los lectores la técnica que usaste en este libro?
Para el caso particular de este libro trabajé con grafitos de colores acuarelables –aunque sin usar agua en ellos– y un poco de lápices mecánicos de colores, para algunos detalles.
Además, tomé dos decisiones técnicas que eran mitad capricho y mitad concepto claro: por un lado, no usar grafito negro en ninguna parte de los dibujos, salvo en los ojos del diablito. Esto, porque el color negro siempre es muy útil para tapar errores, y también porque, en general, es el color que los dibujantes usamos para las líneas, contornos y demás. Una vez que uno aprende a usarlo es muy fácil trabajar con él, y por eso mismo quería darme algunas dificultades, que el dibujar para este libro tuviera un riesgo técnico.
Otro riesgo técnico fue dibujar sin hacer previamente lo que se llama bases de lápiz, o bases en grafito: un dibujo tenue, en algún color claro, que luego uno lo va calcando y corrigiendo. En este caso hice los dibujos directamente en el papel, sin tener líneas de ayuda. Para eso sirvió, claro, hacer todos los bocetos, que acá les comparto, porque es una manera de conocer los dibujos antes de hacerlos, de estudiar la composición, los colores y la armonía de cada imagen.
Sabemos que este cuento lo ilustraste en Valparaíso ¿Nos puedes contar más de esa experiencia y de la relación que tienes con Chile?
Vivimos con mi compañera por dos años en la ciudad puerto y fue una experiencia maravillosa. Nos gustó mucho todo lo que vimos del país, tuvimos la fortuna de poder viajar al norte y al sur, y nos dio mucho para pensar y aprender para nuestras vidas.
Entonces, que este libro salga allá es una emoción muy grande, porque es una forma de ser parte de ese país que tanto queremos.
Al ilustrar el libro allá sentí motivaciones muy profundas, por compartir algunas de las experiencias que Quiroga describe en el cuento. Todo ello hace que la publicación de este libro en Chile sea completar un círculo y ojalá abrir nuevas cosas.
¿Qué nos puedes contar de la recepción que los lectores han tenido de tus obras?
Siempre es muy linda la forma en que se acercan niños y niñas a comentar algo, sea en persona o por correo, porque los comentarios son directos, sin ambigüedades ni favores: pura verdad.
Ellos siempre mencionan detalles muy particulares de los dibujos, que me hacen mucha gracia, porque esos pequeños detalles que los ilustradores agregamos –un personaje secundario aquí, una casa particular en un paisaje…– son guiños que uno pone para buscar ojos atentos que quieran leer la historia, pero también para dejarse llevar por las historias que se les ocurran a partir de lo que ven.
¿Qué les aconsejas a los padres o maestros que te dicen que sus estudiantes no leen?
Que lean en sus casas, todos, grandes y chicos, que dejen por un rato las pantallas y tomen un libro, cualquiera, abriéndolo en una página al azar, y simplemente lean un poquito. Si lo que leen les gusta sigan leyendo, y si no, cambien de libro. Leer con libertad, con la conciencia de que no podrán leer todo lo que existe en el mundo, pero sabiendo que siempre hay un libro esperándonos, hay una historia que va a conectar con quien somos en cada momento de nuestra vida. Allá en Chile tienen un precioso sistema de bibliotecas que funciona muy bien, y sería genial que puedan aprovechar eso.
Que no se sientan obligados a leer, pero que hagan el intento de salir de la rutina cotidiana y los mil estímulos de la tele, los teléfonos y esas cosas y busquen meterse en ese mundo tan raro que es tomar una hoja de papel llena de caracteres impresos y desde ahí, se metan en un mundo nuevo, lejos de distracciones y notificaciones y ruidos que distraen.
Leer en papel es como contar un cuento alrededor del fuego, como andar en bicicleta: una actividad casi prehistórica, pero que sigue funcionando y, si uno se entrega, sigue siendo igual de maravillosa que hace cientos de años.
¿Cuáles libros de literatura infantil y juvenil te marcaron o recomendarías?
Hay un libro que me marcó mucho de chico, La estatua y el jardincito, de Alma Flor Ada y Fernando Alonso Alonso, que se consigue por internet pero no sé si continúa en librerías, no puedo dejar de mencionarlo.
Luego, autores y libros que me trajeron hasta acá, hasta estar respondiendo estas preguntas son, por ejemplo:
¿Cuál es la mayor satisfacción que te ha dado tu trabajo?
Poder crecer como artista y como persona, poder acercame a niñas y niños para compartir el trabajo, sus formas de leer, lo que ven y piensan de lo que hacemos; obligarme a tomar decisiones políticas, en el sentido de que la tarea que hago es pública, y por tanto exige encontrar y asumir un discurso propio, incluso desde trabajos como este. Pero sobre todo, obligarme a conocerme mejor y a estudiar el mundo en el que estoy metido.
Te invitamos a enviar un mensaje a los lectores infantiles que conocerán tu obra gracias a Viaje Literario.
¡Hola! Soy Sebastián Santana, un ilustrador uruguayo, nacido en Argentina y que vivió y trabajó en Chile. La publicación de El Diablito Colorado en su país es una alegría enorme, porque lo dibujé viviendo en Valparaíso. Entonces, esto es un deseo que no sabía que se iba a hacer realidad, y me tiene muy contento poder enviarles estas palabras.
Ojalá nos podamos encontrar allá para conversar sobre lo que hice, sobre lo que vieron, sobre lo que les interese o quieran. Mientras tanto, les dejo mi dirección de correo, por si quieren escribirme: santana.sebastian@gmail.com
¡Nos vemos!
Andrea Villena Moya, periodista y editora Viaje Literario